• Priyadarsi Roy, del Instituto de Geología de la UNAM, realiza excavaciones en Barra de Potosí, Guerrero, para entender cómo se registró este fenómeno en el pasado, en un proyecto conjunto entre la Universidad Nacional y la Universidad Anna de la India
• Pese a que las costas del país reciben estos eventos cada lustro, nuestros reportes abarcan apenas un siglo, mientras que en naciones como Japón, datan de hace mil 500 años, añadió
“México recibe el impacto de un tsunami con olas de un metro cada cinco años, pero aquellos capaces de provocar un verdadero daño, tanto en comunidades, como en el ecosistema, con oleajes de tres a cinco metros de altura, golpean nuestras costas con una recurrencia que va de los 25 a los 50 años”, explicó Priyadarsi Debajyoti Roy, del Instituto de Geología (IGl) de la Universidad Nacional.
El académico, junto con Elena Centeno, directora del instituto, se ha dedicado a investigar cómo se han registrado estos fenómenos en el pasado, en un proyecto bilateral entre la UNAM y la Universidad Anna, de la India. “Se trata de una labor muy importante porque, aunque estos fenómenos se han dado siempre, el país apenas tiene registros desde hace poco más de un siglo, mientras naciones como Japón los han consignado desde hace más de mil 500 años”.
Para reconstruir estos eventos, el profesor de la Facultad de Ciencias se ha dedicado a excavar una serie de trincheras en Barra de Potosí, Guerrero, para estudiar uno de los tsunamis más recientes del país, el de 1985, que resulta interesante, “porque aquí el primer movimiento importante de tierra, el del 19 de septiembre, no produjo estas grandes olas, pero la réplica del día 21, sí”.
Esto demuestra lo importante de entender la relación entre el origen de un tsunamiy el daño que puede causar, “pues al poblado guerrerense no le afectó el oleaje que produjo el primer sismo, mucho más potente, y que tuvo su epicentro al norte de Lázaro Cárdenas, Michoacán; la réplica provocó una oleada que penetró medio kilómetro en tierra, se generó frente a Zihuatanejo y eso marcó la diferencia”.
Para entender a cabalidad lo sucedido, el académico se ha dedicado a investigar la zona, y no sólo a través de perforaciones, sino de entrevistas realizadas a lugareños, porque en esta labor los testimonios son igual de importantes que las mediciones.
“Con sus relatos, los habitantes nos permitieron saber qué pasó aquel 21 de septiembre, cómo el mar se replegó para luego regresar con olas de cuatro metros que penetraron prácticamente 500 metros tierra adentro, y cómo los 100 pobladores del lugar pudieron huir a sitios elevados, con lo que evitaron pérdidas humanas”.
“En esta tarea, las muestras de suelo dicen tanto como las crónicas de los locales, pues al analizar los registros geológicos y encontrar ciertos sedimentos, como granos pesados, fósiles marinos o bromo, hallamos una huella sumamente detallada que nos indica el momento de un tsunami, hasta dónde llegó, de qué tamaño eran las olas e incluso qué microorganismos traían consigo”, explicó.
Estudiar en Barra de Potosí es clave para entender los paleotsunamis, es decir, los que se dieron mucho tiempo atrás, porque rehacer aquello que se dio hace pocos años, permite recorrer el camino de vuelta y recrear lo que pasó en otras eras.
Después de 2004, nada fue igual
El 26 de diciembre de 2004, el terremoto de Sumatra-Andamán generó una serie detsunamis que impactaron en prácticamente todos los países que bordean el océano Índico y provocaron la muerte de más de 200 mil personas.
“Esta tragedia fue una llamada de atención para nosotros los científicos, porque antes de esa fecha no nos habíamos ocupado a fondo de estos fenómenos. El mejor ejemplo es que si uno busca textos al respecto, de 2003 hacia atrás apenas hallará uno o dos por año, pero si hacemos lo mismo en el lapso que comprende de mediados de la década pasada hasta el día de hoy, encontraremos cientos de publicaciones anuales, por lo menos”, indicó.
“Aquel desastre marcó nuevos parámetros en todos los campos, desde el científico hasta el social, porque ha sido el más destructivo del que se tenga memoria. De hecho, es el que ponemos en el nivel más alto de intensidad, concepto que depende del daño causado y no tanto por la cantidad de energía liberada”.
Por ello, señaló que los estudios que realizan la UNAM y la Universidad de Anna son muy importantes. “A partir de nuestras observaciones hemos desarrollado un mapa detallado de las zonas seguras en Barra de Potosí en caso de grandes olas, y queremos hacer lo mismo a lo largo de la costa del Pacífico”.
Para los nipones estos fenómenos son tan frecuentes que ya forman parte de su cultura, y no es de extrañar que la palabra tsunami sea de origen japonés; la voztsu significa ‘puerto’, y nami ‘olas’, explicó.
Sin embargo, los registros en México son pobres, aunque al revisar los datos históricos nos han revelado episodios interesantes, narró. Por ejemplo, hay testimonios de que en 1787, uno con olas de 18 metros de altura penetró cuatro kilómetros y azotó las playas de Corralero, Oaxaca.
En nuestro país, la costa del Pacífico es particularmente susceptible, porque tenemos una placa oceánica, la de Cocos, que se introduce en otra continental, conocida como de Norteamérica, a gran velocidad, casi ocho centímetros por año, lo que provoca sismos frecuentes.
“Sin embargo, también existen noticias de eventos en el Caribe, con una frecuencia mucho menor, pero no por ello menos digna de ser estudiada”.
La cartografía con las zonas riesgo que trabajamos puede resultar de gran utilidad para salvar vidas. Nuestra siguiente área de observación será la michoacana, y aunque hay variantes que no nos dejan tomar determinado rumbo, vamos en la dirección correcta y dentro de pronto podremos ver el mapa completo, concluyó.
Fuente: DGCS-UNAM