En un hallazgo inédito, investigadores de la UNAM demuestran que la inflamación, en lugar de ser un mecanismo protector, actúa en favor del protozoario
La leishmaniasis (o úlcera del chiclero, como se le conoce en México) es una enfermedad causada por la Leishmania, parásito protozoario que se transmite por la picadura de un insecto hembra del género Lutzomyia, mejor conocida como mosquita de la arena.
“La enfermedad no se cura. Desde el momento que la contraemos podemos tratarla y controlarla, pero quedará latente de por vida. En el momento en que baje un poco nuestro sistema inmune, presentaremos el cuadro clínico”, explicó Ingeborg Becker, del Departamento de Medicina Experimental de la Facultad de Medicina (FM) de la UNAM.
El sistema inmune como caballo de Troya
Activación del sistema inmune
Las glándulas salivales de la mosca están en ambos lados de la probóscide para que, al momento de alimentarse, secrete parte del contenido, con moléculas que modulan diferentes fenómenos inflamatorios.
Algunas especies de Lutzomyia tienen anticoagulantes, algo importante al momento de nutrirse. Disponen también de un vasodilatador que ensancha el diámetro de nuestros vasos sanguíneos y hace que se separen las células endoteliales, lo que permite la salida de células inflamatorias que incorporan al parásito. Éstas se convertirán en su refugio dentro de nuestro cuerpo.
La vasodilatación también permite la salida de la linfa de nuestros vasos sanguíneos para entrar en el sistema linfático. En este proceso arrastra moléculas que se encuentran en la zona, entre otros, al parásito.
Ciertas formas de leishmaniasis, como la cutánea localizada (causada por L. mexicana), tienen cuadros clínicos interesantes. Se forma una úlcera en cuyos bordes generalmente se encuentran los parásitos. Si el sistema inmune los localiza, trata de hacer un anillo concéntrico de linfocitos para que no puedan escapar, pero la inflamación causada por el contenido de las glándulas salivales de la Lutzomyia ayuda al parásito a salir muy rápido del sitio donde fue inoculado, antes de que puedan llegar los linfocitos.
“Que eso actúe contra nosotros en la leishmaniasis es un concepto novedoso, porque si hablamos de inflamación nos referimos a un mecanismo protector, pero aquí es uno de propagación”, refirió la investigadora.
“Dos de mis estudiantes, Silvia Pasos Pinto y Laura Sánchez García, analizan las glándulas salivales de las mosquitas transmisoras de L. mexicana en nuestro país, para lo cual capturaron algunos ejemplares de Lutzomyia olmeca y disecaron sus glándulas salivales para estudiar su efecto sobre la respuesta inmune en ratones”.
Para ello, se inyectó a los roedores en las orejas un extracto de las glándulas y parásitos, y en minutos se generó un edema inflamatorio. Al cortar, encontraron un vaso linfático dentro del cual ya había un macrófago en circulación, con cuatro leishmanias en su interior. La célula rápidamente entró en la vía linfática y estaba por transportarse fuera del lugar.
También hay leishmanias extracelulares que están a punto de entrar en la vía linfática y necesitan encontrar una célula hospedera, porque si no, nuestro sistema inmune puede atacarla.
Lo más probable es que esa célula sea un neutrófilo, que circula continuamente en la sangre y cuya función es servir como caballito de batalla contra agentes infecciosos.
Pero éste, para atravesar la pared de los vasos sanguíneos y llegar al sitio donde se encuentra el agente infeccioso, necesita un cuadro inflamatorio, generado por las llamadas células cebadas, que están debajo de todos los sitios en contacto con el exterior, como la piel o las mucosas intestinal o respiratoria, donde sirven como centinelas.
Éstas tienen unos gránulos gigantescos repletos de mediadores de la inflamación, que producen vasodilatación y edema, todo lo que el parásito necesita.
Liberación de histamina por las células cebadas
Los investigadores quisieron demostrar que las cebadas también sueltan histamina en infecciones con Leishmania, y las probaron en modelos de ratones para ver qué tanto se genera la liberación de gránulos in vitro con diferentes estímulos, como las salivales.
Al entrar en contacto con éstas, la glándula salival de la mosca y el mismo parásito ocasionaron que se arrojara de manera masiva la histamina.