miércoles, 2 de noviembre de 2011

El día de muertos, tradición en cambio constante

Se trata de una fiesta que se modifica con el paso de los años al asimilar elementos extranjeros, indicó el sociólogo Héctor Rosales, del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM

“El Día de Muertos en México, como toda práctica cultural, está siempre en transformación”, señaló Héctor Rosales Ayala, investigador del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM) de la UNAM, quien añadió que no debe generar sorpresa el hecho de que esta fiesta retome elementos del Halloween, “porque a esta altura de la historia no podemos decir que tradición alguna nos resulta extraña; lo decía Terencio, ‘nada humano me es ajeno’”.

Los cambios apreciados en esta celebración responden a una metamorfosis que tiene lugar tanto en el espacio como en el tiempo, porque así como hay elementos que vienen de más allá de las fronteras, hay otros que surgen con el paso de los años. “Es evidente que el ritual en la década de los 20, 40 ó 60 era muy diferente al actual”, señaló el sociólogo.

Por ejemplo, en los 80, la protesta social se abrió espacio y las causas y personajes populares fueron usados para expresar el sentir del pueblo, costumbre que ha llegado a nuestros días. “En la ofrenda que se hizo en la escuela de mi hijo, alguien dibujó el emblema de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro con la leyenda: ‘Murió... murió... murió…’”.

Génesis de una fiesta nacional

Mucho se ha dicho que nadie celebra a la muerte como los mexicanos, pero al poner en la mesa de disección festejos propios de lugares como Guatemala, Nicaragua e incluso Brasil, se observan muchas semejanzas, aunque no por ello se borran ciertas peculiaridades, determinadas por las características de la cultura y ambiente de cada país.

“La celebración en México es singular, pero no única, porque todo pueblo tiene un vínculo con sus antepasados y rituales muy particulares para recordar a quienes se han ido. En nuestro caso, la fiesta de los difuntos es una de las festividades que retomamos de mil maneras distintas, quizá como una manera de decirnos quiénes somos”.

El profesor explicó que la conjunción de elementos que dieron pie a la fiesta que hoy celebramos es resultado de un largo proceso que experimentó algunas de sus fases más significativas en los años 20, década en la que José Vasconcelos inició un gran proyecto cultural de transformación, tras el periodo de inestabilidad que trajo consigo 1910 y sus revueltas.

“Las ideas e iniciativas del autor de La raza cósmica —que buscaba rescatar elementos originarios para generar una nueva conciencia nacional— fueron secundadas por muchos intelectuales y artistas. Incluso a nivel de Estado sus propuestas fueron núcleo de las políticas culturales vigentes en el país hasta los años 80”.

En medio siglo, más y más elementos se sumaron hasta que esta fecha se convirtió en la fiesta popular mexicana más importante, y éstos fueron: el conocimiento etnográfico de las maneras de montar una ofrenda en las diversas regiones indígenas; la divulgación del conocimiento generado por especialistas en Mesoamérica; la revaloración de las artesanías y el arte popular; el redescubrimiento de José Guadalupe Posada; el papel del cine comercial y documental; la televisión educativa, y la comercialización de algunas celebraciones, especialmente las que tienen lugar en Pátzcuaro (Michoacán) y San Andrés Mixquic (Distrito Federal).

Una fiesta, muchas maneras de celebrar

“Lo que observamos hoy es una variedad muy grande de cómo se celebra esta fiesta. En cada situación es importante identificar tanto a actores como escenarios y prácticas. ¿Quién celebra? ¿Dónde? ¿Cómo?”, apuntó.

“En la guerra y en la pachanga todo se vale”, por ello, el doctor en Estudios Latinoamericanos señaló que el sentido profundo del 2 de noviembre no está muy divulgado; sin embargo, esto no afecta la forma específica en que cada grupo social (ya de por sí sumamente desigual y diferenciado) conmemora el día.

Cada quien lo hace como “se acostumbra”, como se ha hecho desde siempre, como se enseña en la familia. Por ejemplo, en las escuelas primarias se valora positivamente la celebración y se montan ofrendas “pensadas” en cuanto a su elaboración y sentido. Las instituciones de cultura, por su parte, tienden a organizarla con objetos populares, lo que produce, ocasionalmente, verdaderas obras de arte.

“Y entre estos grupos no hay que olvidar a los citadinos, que simplemente hacen puente y se olvidan de los muertos para vacacionar”, señaló el escritor, nacido en San Juan Ixtacala, “pueblo del Estado de México, donde crecí con el tañer de las campanas de la iglesia por música de fondo y con el panteón cercano como escenario para las travesuras infantiles”, compartió.

Aunque haya quienes digan lo contrario, “esta festividad está vigente, si se toma en cuenta la diversidad cultural de la nación. No es infrecuente que se diga que hay muchos Méxicos, y que cada uno depende de su diversidad regional y étnica”, añadió.

“En lo que a esta fiesta se refiere, existe un contraste muy marcado entre lo urbano y lo rural, y esto define sus características. Además, hay que resaltar la acción de uno de los poderes fácticos que más sutilmente nos dominan, el monopolio de la radio y TV, y la de de las plazas comerciales, porque éstos se apropian de lo popular y lo transforman a imagen y semejanza de la sociedad de consumo”.

Por ello, a todos aquellos que anuncian que estamos ante la agonía de una tradición, se les podría contestar, junto con Zorilla, “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”, porque esta celebración cada vez es más variada y rica; sin embargo, advirtió Rosales, “el destino final es el mismo que el de todas las expresiones culturales: cambiar, adaptarse y desaparecer”.

Fuente: DGCS-UNAM